La
calle de adoquines y la casa vieja fueron testigos. Esas siete horas
de novios, matándonos a besos, entre el 5 H, lo de Roberto y la
plaza. Tarareando un tango juntos con un vaso de cerveza en la mano,
cuando no entrelazando nuestros dedos. Los ojos cerrados, los oídos
abiertos y el corazón latiendo. Latiendo, pero no por la inercia
misma de la vida, latiendo de vida.
Ahora
se me relajan los músculos, el primer compás del dos por cuatro y
un suspiro que se escapa, soltando un pedazo revejido de uno.
Enfrente Oscar cantando, me canta a mi, al pibe del fondo abrazado a
vos, linda. Nos canta a los dos, les canta a todos, le canta a
Almagro, el barrio que me supo adoptar por siete años. Curioso,
siete horas y siete años. Ambos se fueron. ¿siete horas en el
barrio y siete años con vos? ¿O al resve? Relativo todo. Lo cierto
es que ambos sietes ya están, se esfumaron en el mismo tiempo, al
mismo tiempo. Todo junto.
Me
tapan las cajas mientras el sol se asoma entre las nubes. Las cajas,
entre ellas la de tu regalo. Es una pavada, cosas viejas que capaz
nos perpetran en el tiempo. Esa vieja remera con las caras del rock de los setenta. Pero que va... ¿no ves? Otra
vez el siete, ahí en los setentas, marcando el nombre de la década
en las decenas. No creo en las casualidades mi amor.
Numerología del siete, a ver. Signo
del pensamiento, la espiritualidad, la conciencia, el análisis
psíquico, la sabiduría. El número del intelecto, el idealismo y la
represión.
No va más, ahí tenés. Algo tenía que ver.
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