de Mariano Martín

lunes, 4 de abril de 2016

Cielo

Guiñan que te guiñan. Fijo la vista en cada una de ellas. Las chiquitas se me escapan, son tímidas a la mirada. Aquella de allá la más pequeñita. No te vayas no, solo te miraba. No te escondas detrás de las grandes. Como corretea asustada che. Ahora aparece una nube. Grande y gordo de agua el pompón algodonero. Se ve tan suave como tus manos acariciandome la frente. Esa similtud de tus ojos y el cielo, abiertos, grandes, sinceros. Las dos cosas más lindas de la naturaleza, tus ojos y el cielo. Si si, reíte, no estoy imaginando, me gusta contemplar las cosas que allá no veo. Allá a lo lejos entre el cemento. Si, te causa gracia. Pasó tiempo desde que me fui. En la Capital no es tan grande el cielo. Ni se asemeja a tus ojos. Tal vez no sea tan así. La distancia y el tiempo es un espejismo raro y complejo. Fluyen, se van ¿La envidia de la foto no? Cuántas veces quisimos parar el tiempo, congelarnos en una foto. Una foto con algo de vida, un poco de libertad de movimiento. Nadie quiere la rigidez de una foto pero si suspenderse en el tiempo. Como ahora. Un momento que dura solo minutos y de un momento al otro ¡Blop! un minuto nuevo. Que lo tiro. Como corre el tiempo. Y lo pienso y lo pienso (¿todo esto se piensa en la fracción de segundo que le tomó a la nube tapar a la rojita? ¿en esa fracción de segundo que tu mano se abría para entrar en mi pelo?). Pero me quedo tranqui, ahora estoy con vos y con el cielo. 

1 comentario:

  1. Las nubecitas nacen de la mirada más perpleja, son tapitas con bordes difusos, ilusiones ópticas que juegan a ser ley en el rincón más desordenado de la casa.
    Algún positivista atribuiría el fenómeno a una simple desregulación visual o la fobia creativa a un par de anteojos; es más bien un circuito fugaz de luz dibujando redondeces en el intersticio de dos cuerpos muertos de miedo.

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