de Mariano Martín

viernes, 21 de marzo de 2014

Ligero de Ropa

En el momento en que bajó del taxi una brisa le avisó de su desgracia. Emilio no llevaba puesto sus pantalones. Corrió tras el árbol más cercano, abrió su billetera y la mala suerte cayó como un yunque sobre su cabeza. Un billete de dos en el desierto. El ejecutivo no puede volver a casa, tiene que entrar a su trabajo y buscar esos pantalones que alguna vez quedaron guardados en el armario de la oficina. O bien esperar un milagro del cielo que le cubra las piernas...
En la esquina está el mesías. Un montón de pantalones viejos desparramados por el suelo. Estos harapos bastarán para tapar su vergüenza. Emilio prueba uno que parece de su talle. Mete una pierna, luego la otra, sube, suube, suuube, no, no sube. A ver, a ver, ese otro, este tiene que ser, si, si, una extremidad, la otra a su lado, sube como ascensor vacío, yyyyyyyy, un costal de papas con un diente de ajo adentro. Pero che, este, este seguro si, ahí vamos, rápido que viene gente, dale Emilio. Este anda eh, un poco achupinado y de tiro alto pero nada que nuestra progenie vaya a sufrir. 
El edificio de las obligaciones está tan solo a unos 20 metros, es cruzar la calle y ya. Emilio emprende su periplo, saca el celular de un bolsillo de su saco para ver la hora. El muy travieso se le escapa de las manos, choca el suelo y se abre cual bomba racimo. Un improperio dedicado a la lora. Búsqueda de las partes y Armado de celular tomo I, libro importante para cualquier usuario de la telefonía móvil. Uy, uy, uy, qué difícil agacharse con eso, y que mala elongación Emilio. Ya encontró la batería y el chip, solo falta la tapita de atrás, esa cosita. Allá está, al lado del cordón. Pero nuevamente la brisa le da una mala noticia. La costura de su nuevo jean cedió como una ramita sosteniendo un elefante. Otra vez la vergüenza al descubierto. No queda otra que ocultar la herida. El maletín. Pero ¿llevar el maletín atrás? Es incomodo y sospechoso. “¿Que tenés ahí atrás Emilio? ¿Que nos traes de regalo?” Nada que a usted, señora secretaria, le interese. O tal vez si, solterona de miércoles. No, no es una buena idea el maletín. Taparse con las manos no es mejor idea. Subirse el pantalón no es aconsejable por el bien de su fecundidad. La única que queda es sacarse el sweater y atárselo a la cintura, un look muy púber pero es suficiente para camuflar. Me saco el saco, me pongo el pongo. Me saco el sweater, me ato el sweater. Listo. Una pinturita. La cola del esmoquin tapa el calzón que se asoma. Ahora ponerse el saco y sacarse el pongo. Dónde quedó, dónde. Puta che, se voló como cinco metros para allá. Está todo mugriento, es un estropajo. Qué lindo llegar así al trabajo. “Buen día Dr. Sucio, vine a consultarle por el tema de la sucesión…” Bueno, son rachas, días negros si los hay.
Cruzó la calle, abrió la puerta y se enfrentó a su destino. Saludó rápido, marchó hacia el ascensor, tocó el botón 4 y rogó que nadie se le acople. La puerta se abre en el primer piso. Suben las cinco jóvenes nuevas recientemente egresadas de abogacía pero que a la vez parecen egresadas de una escuela de modelaje. Oculta su pobreza con lo que tiene a mano, su bendito maletín. Por suerte las muchachas hablan fuerte entre ellas y apenas notan su presencia. Además, seamos sinceros, quien de estas bellezas se va a fijar en Emilio, un pobre abogado alopécico de 45 años. El visor luminoso marca el destino. Una breve despedida y la llegada a la oficina. Unos pocos metros lo separan de su pantalón escondido. Ya tranquilo y confiando abre la puerta. Adentro está su compañero Adolfo. “Hola Adolfo ¿Cómo estás? ¿Cómo salió la academia este finde? Eh, che ¿esos pantalones? Bastantes informales para el tra-ba-jo…” Si, Adolfo vestía sus pantaloncitos queridos aborrecidos durante los últimos 50 minutos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario