En el momento en que
bajó del taxi una brisa le avisó de su desgracia. Emilio no llevaba
puesto sus pantalones. Corrió tras el árbol más cercano, abrió su
billetera y la mala suerte cayó como un yunque sobre su cabeza. Un
billete de dos en el desierto. El ejecutivo no puede volver a casa, tiene que entrar a su trabajo y
buscar esos pantalones que alguna vez quedaron guardados en el
armario de la oficina. O bien esperar un milagro del cielo que le cubra las piernas...
En la esquina está el
mesías. Un montón de pantalones viejos desparramados por el suelo.
Estos harapos bastarán para tapar su vergüenza. Emilio prueba uno
que parece de su talle. Mete una pierna, luego la otra, sube, suube,
suuube, no, no sube. A ver, a ver, ese otro, este tiene que ser, si,
si, una extremidad, la otra a su lado, sube como ascensor vacío,
yyyyyyyy, un costal de papas con un diente de ajo adentro. Pero che,
este, este seguro si, ahí vamos, rápido que viene gente, dale
Emilio. Este anda eh, un poco achupinado y de tiro alto pero nada que
nuestra progenie vaya a sufrir.
El edificio de las
obligaciones está tan solo a unos 20 metros, es cruzar la calle y
ya. Emilio emprende su periplo, saca el celular de un bolsillo de su
saco para ver la hora. El muy travieso se le escapa de las manos,
choca el suelo y se abre cual bomba racimo. Un improperio dedicado a
la lora. Búsqueda de las partes y Armado de celular tomo I, libro
importante para cualquier usuario de la telefonía móvil. Uy, uy,
uy, qué difícil agacharse con eso, y que mala elongación Emilio.
Ya encontró la batería y el chip, solo falta la tapita de atrás,
esa cosita. Allá está, al lado del cordón. Pero nuevamente la
brisa le da una mala noticia. La costura de su nuevo jean cedió como
una ramita sosteniendo un elefante. Otra vez la vergüenza al
descubierto. No queda otra que ocultar la herida. El maletín. Pero
¿llevar el maletín atrás? Es incomodo y sospechoso. “¿Que tenés
ahí atrás Emilio? ¿Que nos traes de regalo?” Nada que a usted,
señora secretaria, le interese. O tal vez si, solterona de
miércoles. No, no es una buena idea el maletín. Taparse con las
manos no es mejor idea. Subirse el pantalón no es aconsejable por el
bien de su fecundidad. La única que queda es sacarse el sweater y
atárselo a la cintura, un look muy púber pero es suficiente para
camuflar. Me saco el saco, me pongo el pongo. Me saco el sweater, me
ato el sweater. Listo. Una pinturita. La cola del esmoquin tapa el
calzón que se asoma. Ahora ponerse el saco y sacarse el pongo. Dónde
quedó, dónde. Puta che, se voló como cinco metros para allá. Está
todo mugriento, es un estropajo. Qué lindo llegar así al trabajo.
“Buen día Dr. Sucio, vine a consultarle por el tema de la
sucesión…” Bueno, son rachas, días negros si los hay.
Cruzó la calle, abrió
la puerta y se enfrentó a su destino. Saludó rápido, marchó hacia
el ascensor, tocó el botón 4 y rogó que nadie se le acople. La puerta se abre en el primer piso. Suben las
cinco jóvenes nuevas recientemente egresadas de abogacía pero que a
la vez parecen egresadas de una escuela de modelaje. Oculta su
pobreza con lo que tiene a mano, su bendito maletín. Por suerte las
muchachas hablan fuerte entre ellas y apenas notan su presencia.
Además, seamos sinceros, quien de estas bellezas se va a fijar en
Emilio, un pobre abogado alopécico de 45 años. El visor luminoso
marca el destino. Una breve despedida y la llegada a la oficina. Unos
pocos metros lo separan de su pantalón escondido. Ya tranquilo y
confiando abre la puerta. Adentro está su compañero Adolfo. “Hola
Adolfo ¿Cómo estás? ¿Cómo salió la academia este finde? Eh, che
¿esos pantalones? Bastantes informales para el tra-ba-jo…” Si,
Adolfo vestía sus pantaloncitos queridos aborrecidos durante los
últimos 50 minutos.