Y es
que siempre que vuelvo me pasa esto. La melancolía que se revuelca
adentro mía, maniatada por unos meses, logra soltarse y florecer.
Volver, como el tango, pero no con la frente marchita. Eso si que no.
Pero es volver y recordar. Las avenidas, las calles, los olores, el
ritmo, los amigos, la música, la facu y todo aquello que rodó por
los rincones. Es lindo irse y volver. La distancia y el tiempo nos
permiten tener otra visión. Aunque muchas veces desconfío de ella
porque creo que la realidad se desdibuja y el idealismo pesa como una
plomada arrojada al río con una tanza atada. Encima lo escucho a
este chabón. Me encanta su música. Moviliza muchas cosas dentro
mío. Aveces me cuesta entender esa empatía que parece generarse.
Será que los dos somos del interior pero supimos vivir, disfrutar y
sufrir Buenos Aires.
Es
inevitable hacer un breve recorrido mental del tiempo que estuve
allá. Como el que estuve más allá. Que cosa loca. Lo único que se
me viene a la mente es otra vez ese deseo de que toda la gente que
quiero viva en un mismo lugar. No se si todos exactamente en el mismo
mismo lugar, pero a distancias no mayores a los 50 km a la redonda.
Cosa de poder tomar distancia, extrañar un poquito e ir a buscarnos
con todo el envión en media hora de viaje. Aunque ahora que lo
pienso bien, si pido ese deseo al genio de la lámpara me estaría
perdiendo de las avenidas, las calles, los bulevares, las plazas, los
parques, los teatros, los cines, los estadios, las canchas, los
boliches, los bares, los salones, las escuelas, las facultades. Los
bares, que lugares magníficos. Cuando uno encuentra ese bar con el
que se identifica, que es capaz de ir a sentarse solo y acodarse en
la barra, con un vermout, cerveza, vino, whisky, fernet o el
aperitivo de turno en mano, tan solo para escuchar música y mirar la
gente alrededor. Entonces, volviendo a lo del deseo. A la vaquita de
San Antonio le pediría que, por favor toda la gente que quiero viva
en el mismo lugar que yo y a su vez que las mejores cosas (para mi)
de las ciudades en las que he vivido estén también en ese lugar, antes de emprender su vuelo hacia otra mano o flor. Es decir, se
debería fundar una ciudad nueva en la cual cada uno de mis seres
queridos tenga una vivienda acorde a sus necesidades y además que
los lugares públicos de la ciudad sean aquellos con los que me he
encariñado a lo largo de mi vida. Si bien esta propuesta de deseo es
jugosa y tentadora hay algo que se va a perder acá. Pero tranquilos
amigos, tengo la solución a esto que la comentaré a la brevedad.
Primero quiero decir las cosas que se perderían. Bien, se perdería la esencia de cada lugar, el vibrar propio,
la vida de lo inanimado, la historia de las ciudades, la cultura
propia y el modo de moverse en ellas. Que sería tener el obelisco en
el medio de un lugar que tiene a su vez a la laguna Don Tomás y las
sierras de Córdoba. O que sería tener las hermosas peñas
Cordobesas en el salón del Colegio Normal emplazado en el Parque
Centenario porteño. O la cancha del tricolor de Villa Alonso en
Plaza España cerca del Palacio Ferreyra, Dionisi y Caraffa con
dirección calle Corrientes al mil y pico. Tremendo despiole como
quien dice, aunque tentadora oferta. Pero bien, ya dije que de esta
manera se pierde lo propio de cada Ciudad. Se perdería la esencia de
las callecitas de Buenos Aires, el cantito cordobés que ya se oye en
la calle y la tranquilidad pampeana. Ni que hablar de la historia
propia de cada una. Hete aquí la solución. En mi próximo
cumpleaños, antes de soplar las velitas, voy
a pedir que se aceleren los trámites con el tema del desarrollo
revolucionario de la teletransportación.