Cuando
me acosté en la arena para mirar el cielo me di cuenta que algo no estaba bien.
Había perdido completamente la capacidad de relacionar las formas de las nubes
con animales, objetos, caras o incluso seres irreales sacados de diversas mitologías
o simplemente creados por mi imaginación. Como cuando uno mira esos pisos de
empedrados irregulares, mármol o incluso algunos tipos de madera, en los cuales
los contrastes y texturas parecen dar el puntapié inicial para que la
imaginación vuele y encuentre formas donde no las hay. Creo que todos hemos
encontrado perros atrapados en la segunda dimensión cuando miramos con detalle
estos tipos de contrastes. Aunque simil, lo de las nubes es diferente. La
textura esponjosa, algodonosa y blanca nos permite ver objetos tridimensionales
sin ninguna dificultad. ¿Es eso de que he perdido la capacidad o simplemente
las nubes de hoy en día no son como las de antes? ¿Es este otro atropello del
sistema que despoja al hombre incluso de la capacidad de entretenerse
encontrando formas en las simples cosas de la naturaleza? Ninguna de ambas, es
solamente que en ese pequeño instante en que quise congelar la mirada para
encontrar una forma, el viento me jugó una mala pasada y desarmo cualquier
posible tiranosaurio rex de vapor de agua. Ahora es distinto. Encuentro la
figura de un perro con la cola como un bastón y dispuesto a jugar. Pero solo es
eso, nada más. Nada más comparado con la infinitud del cielo. Sentirse la nada
misma cuando uno cae en cuenta de la inmensidad por la que está rodeado. Un
sinfín de kilómetros separándome a mí de quién sabe qué, de quién sabe dónde,
de quién sabe cuándo, de quién sabe cómo. Tal vez de un yo mismo de otros
tiempos, o tal vez de un yo mismo de ahora mismo, como recorriendo un circulo
infinito de kilómetros por medio del espacio a una velocidad infinita para dar
de vuelta con uno mismo. Arduo trabajo para autoencontrarse. Viajar con una
mirada sería como una extrospección introspectiva o algo así. Lanzarse al
universo para chocarse con uno mismo. De frente y sin tapujos luego de recorrer
infinitos kilómetros, allí mismo donde las paralelas se cruzan.
de Mariano Martín
domingo, 20 de agosto de 2017
sábado, 8 de abril de 2017
Pseudo Fibonacci
Me
encontré hoy con una escalera espiralada. Al verla desde arriba me
trajo a la mente la serie de Fibonacci. En verdad la escalera de hoy
no se condice con la espiral dorada de Durero y por lo tanto no se
encuentra dictaminada por el número áureo. Es por esto que la
considero una Pseudo Fibonacci. Ajam, bien, ¿y que es lo que era
Fibonacci? Bueno, la suma consecutiva de números sucesivos
respetando siempre la adición del número actual a su inmediato
anterior constituyen la sucesión o serie de Fibonacci. La adición
consecutiva. La suma de lo actual más el inmediato anterior. ¿No
somos nosotros esto mismo entonces? La suma del yo del inmediato ayer
más el de hoy. La suma del del minuto que acaba de pasar con el del
minuto actual. Una adición constante del uno con el otro pero
consigo mismo. Un cambio constante, o mejor dicho, una adición
constante pero siempre de lo mismo. Un poco más de yo, arriba de ya
más migo mismo. Algo así como un pseudo crecimiento exponencial.
Aunque, más creo que no seamos correctas series de Fibonacci
andantes sino Pseudo Fibonaccis, como la escalera que me crucé hoy.
Al no tratarnos de números es difícil creernos como suma. El yo de
ayer podría estar restando al yo de hoy y al resve también, lo cuál
impediría que nos constituyamos bajo el curioso, preciado e
irracional número áureo. Aún así creo que el resultado final de
nosotros mismos sería un número positivo, es decir el balance de
sumas entre números reales positivos y negativos sería finalmente
mayor a cero, salvo en excepciones en las cuales el pesar negativo
siempre es mayor y por lo tanto terminaría venciendo ¿Qué sucedería en el caso de que sí nos constituyéramos bajo el número
áureo y la adición sea siempre positiva? ¿Nacería, en un número
determinado de la serie, el superhombre de Niezstche? ¿el hombre
nuevo del Marxismo? ¿Nirvana tal vez? ¿Se volvería a nacer
teniendo conocimientos de vidas pasadas? Mucho ruido y pocas nueces.
Mientras, sigamos viviendo nuestra vida de Pseudo Fibonaccis alegre y
apesadumbradamente, caminando por las calles con una sonrisa,
esperando la próxima cachetada que nos baje todos los dientes.
(Aquí les dejo la foto de la escalera que inspiro este escrito, aunque no lo crean la foto la saqué yo mismo)
jueves, 16 de febrero de 2017
Vidaloide
La cinta roja atada en mi mano. Recuerdo quien la ató y como. Pero lo que no recuerdo es aquel momento en que la cinta roja contra la envidia había sido atada con un solo giro mediante, disponiéndose así cual banda de Moebius. Esta topología es simplemente una banda con una sola cara y un solo borde, dado que se construye dando vuelta uno de los extremos y uniéndolos luego. Siempre me llamo la atención esta topología y mis ocurrencias de compararla con algo tan inmenso, desconocido y real como la vida. ¿Será que la vida misma es la banda de Moebius? Pero este simple pensamiento de una persona común y corriente como yo, ha sido ya abordado históricamente por grandes intelectuales. Lacan, aunque con otra impronta en su teoría de la topología en el psicoanálisis, utiliza la banda de Moebius para explicar algunas cosas. Yendo directo al grano y sin entrar en la teoría: los extremos no están de lados opuestos sino del mismo. Inconsciente y consciente son lo mismo. Se trasvasa del uno al otro por la misma cara y borde. Los opuestos que tanto nos balancean. Bien, ahora retomando mi visión... si la vida misma es la banda de Moebius ¿Hay manera de salir de ella? ¿O es que en realidad la vida es más fácil de analogarse a otra topología? ¿Un toroide? Ese anillo magnético. Girando entorno al toro. Esto también lo analizó Lacan. Es que este hombre ya ha tomado todas las topologías para realizar su teoría renovada del psicoanálisis, reestructurando al viejo Freud.
De la topología que no he encontrado registro a modo de metáfora es
del solenoide. Una estructura helicoidal capaz de generar un campo
magnético muy fuerte en su interior y muy débil en su exterior. ¿Y
que si la vida es un solenoide entonces? Describiendo su propia forma
espiralada/helicoidal y nosotros estando adentro de la misma con un
solo sentido vectorial de avance. De terminar la longitud del
solenoide, entraríamos en el campo externo, el cual da un giro sobre
si mismo y vuelve a entrar al dispositivo, osea la vida misma. Esto
puede tener dos interpretaciones. Una es que al terminarse el largo
del solenoide, la vida se acaba como tal, pero vuelve a retomarse en
otra vida, que en realidad es la misma. Punto a favor para los
re-encarnacionistas. Otra sería explicar esta teoría de modo
similar a la banda de Moebius, es decir que siempre se trata de la
misma cara o en este caso el mismo campo magnético. En el solenoide
el camino de nuestra vida se rige por el campo que se abre ante la
inminente corriente eléctrica, a diferencia de la banda de Moebius
en donde nuestra vida se vería encaminada por la superficie única
de la mencionada topología.
Me convence más esta segunda opción. Pero bien... ¿que sería esta
fuerza eléctrica que determina el campo magnético de nuestro
destino? ¿Son las acciones que uno toma día a día y traen una
consecuencia inmediata? ¿Es cada una de las acciones el movimiento
de los electrones sobre la hélice? ¿O es que la corriente eléctrica
es ajena a nosotros y es una fuerza impulsora natural que escapa a
nuestras capacidades y por lo tanto nuestro destino ya está
determinado desde el inicio de los tiempos?
Algo también que llama a la reflexión es la intensidad de los
campos magnéticos. En el exterior de la espiral es débil y en el
interior es fuerte. Véase aquí dos cosas. Cuando nos encontramos
dentro del mismo el avance sería intenso, impulsándonos hacia
adelante rápidamente, pero cuando estamos afuera el avance sería
lento, aunque también nos impulsaría. ¿No se condice esto también
con situaciones de la vida misma? Momentos en los cuales los días
son efímeros, se volatilizan, escapándose. Y por otra parte
momentos eternos en los cuales las agujas del reloj son de plomo.
Momentos rápidos ¿cuáles? La respuesta espontánea, los felices, por dentro del solenoide. Momentos lentos, los tristes. Los momentos
penosos, tormentosos, esos en los que el tiempo no transcurre se
encontrarían por fuera mismo del solenoide. Como dije más arriba
uno llega indefectiblemente a estos momentos de forma repetitiva, de
esta manera podrían vincularse nuevamente la figura de la banda de
Moebius con la del solenoide. En un caso impulsado por el campo y en
la otra por la superficie transportadora. Llevándonos de los
momentos felices a los tristes y viceversa.
Anteriormente me pregunté si se puede salir de la banda de Moebius.
La respuesta se encuentra en el corte de la misma, pero no quiero
profundizar en eso, porque todo corte se corresponde luego con una
re-enlazamiento de la misma banda, lo cual sería un reciclado de la
vida. En cambio en el solenoide, y teniendo en cuenta que el
movimiento de electrones que determina el campo eléctrico de la vida
podría estar dictado por nuestras acciones continuas, existiría la
posibilidad de cambiar la intensidad del campo con tan solo cambiar
nuestras acciones. Ahora bien ¿realizar qué tipo de acciones
aceleraría el campo haciendo que el tiempo transcurra más
rápidamente? ¿cuales lo contrario? ¿O es esto una metáfora de la
retro-alimentación positiva y negativa, en la cual cuantos más
buenos momentos, más rápido se nos pasa el tiempo, y cuantos más
momentos malos, más lento se nos hace? Esta teoría deja cabos
sueltos y preguntas abiertas. Por ejemplo, el hecho de vivir muchos
momentos buenos, aumentaría la intensidad del campo magnético, la
velocidad relativa a la cual transcurre el tiempo y por lo tanto la
llegada al final del dispositivo, sumiéndonos rápidamente en una
etapa sombría. Aquí, la retro-alimentación negativa generaría una
disminución de la intensidad del campo, con la consecuente
disminución de la velocidad relativa del tiempo y por lo tanto la
salida de este momento negativo ¿es esto así? Tal vez la respuesta
esté justamente en la concepción relativa del tiempo. Tomando de
esta manera tópicos de la teoría de la relatividad de Einstein.
¿Y que hay respecto de la longitud del solenoide? ¿es constante o
se puede ver alterada en distintos momentos, alargando o acortando
trayectorias y colaborando a la percepción relativa del tiempo?
Bien, según la física y el dispositivo tradicional, la longitud del
mismo es constante. Pero permito analizar este aspecto desde la
metáfora de la vida misma, aunque ponerlo en juego complicaría
mucho el análisis del modelo teniendo en cuenta la capacidad de
modificar la intensidad del campo magnético. Es decir, de
modificarse la longitud y el campo, habría dos variables que
estarían encargadas de la relatividad del tiempo. La modificación
del campo podría darse por las acciones cotidianas que uno toma,
pero el largo del solenoide desconozco completamente como podría
modificarse. Por lo cual quedaría un cabo suelto. Aunque no habría
que despreciarlo, de hecho estamos muy lejos de comprender la vida
misma y el sentido que ella esconde.
martes, 31 de enero de 2017
Oficina
Ataque
de nervios. Eso tuvo Simón al insultar a su jefe. Le dijo todo. Todo
eso que tenía acumulado hace días, semanas, meses, años... Le dijo
que estaba cansado de ese trabajo patético, rutinario y aburrido. Le
dijo que lo tenían cansado sus compañeros, todos idiotas
sobrevalorados por tener un título universitario. Le dijo que le
molestaba su silla, que era incómoda y le hacía doler la espalda.
Le dijo que estar sentado 8 horas frente al monitor de la compu le
hacia bolsa los ojos, aunque tuviera ese protector de rayos de los
90. Le dijo que no le gustaban el color de las paredes, que parecía
que las había pintado un daltónico. Le dijo que la ventana que
tenía más cerca daba a un patio ciego y no corría aire. Le dijo
que en ese patio ciego estaba lleno de palomas y por ende todos los
bordes de las ventanas tenían esa caca ácida de pájaro. Le dijo
que la que limpiaba le desordenaba su escritorio. Le dijo que
limpiaba mal, que hasta él manco podía limpiar mejor las cosas. Le
dijo que estaba cansado de comprarse lapiceras nuevas porque sus
compañeros le robaban la suya. Le dijo que la semana pasada le
habían robado una lapicera roja con brillitos que estaba re buena y
le había salido un montón. Le dijo que le rompía soberanamente los
esquemas la música que pasaban en la radio que eligía Sofía todas
las santas mañanas. Le dijo que a él le gustaba más la música
clásica y no tanto el cachengue, y mucho menos los temas de moda que
pasan en la radio. Le dijo que cuando era chico tocaba el piano y que
de ahí venía su gusto por la música clásica. Le dijo que odiaba
las discusiones de fútbol. Le dijo que no era ni de River, ni de
Boca, ni de Racing, ni de nadie ni de ningún equipo. Le dijo que
parecían simios hablando, cargándose y riéndose por el fútbol. Le
dijo que a el en realidad le gustaba el tenis porque de vez en cuando
iba a raquetear con amigos. Le dijo que no quería levantarse nunca
más a las 6 de la mañana y tomarse el maldito 34 para llegar a la
oficina. Le dijo que a las 6 era muy temprano, sobretodo en invierno
que recién amanece a las 8. Le dijo que desayunar a oscuras no le
gustaba, que el desayunaba a la luz del sol con su café calentito.
Le dijo que prefería el café con leche pero aveces se olvidaba de
comprar leche. Le dijo que estaba podrido de llegar a las 7 de la
tarde a su casa luego de una hora de viaje de vuelta en el maldito
34. Le dijo que para las 7 de la tarde ya estaba cansado y sin ganas
de hacer nada. Le dijo que para hacer alguna otra actividad en el día él tendría que llegar 5 o 6 de la tarde así tenía media hora para
merendar, media hora para hacer la digestión y luego ver de hacer
alguna actividad. Le dijo que aveces no sabía si empezar algún
deporte o alguna otra actividad. Le dijo que para las 7 de la tarde
tenía que empezar a cocinar para comer a las 9, mirar una serie y
acostarse a las 11 para dormir 7 pobres horas y volver a la rutina el
día siguiente. Le dijo que no quería ir más al baño del edificio
porque para hacer lo segundo le daba asco y hacía un reborde de
papel sobre la tabla del inodoro para que sus piernecitas no tuvieran
contacto con los letales gérmenes del inodoro. Le dijo que encima
aveces no había papel higiénico ni jabón para lavarse las manos.
Le dijo que el en realidad no se lavaba las manos cuando hacía pis
pero si si hacía caca. Le dijo que aveces se lavaba las manos antes
de hacer pis. Le dijo que era un viejo pelado, gordo y feo. Le dijo que solía haber olor fétido todas las
mañanas, que no sabía si provenía de sus muelas podridas o
directamente de su cuerpo. Que era obvio que su nueva mujer lo quería solo por el dinero y
que la había visto con otro tipo. Le dijo que se lavara los dientes
y la pelada con jabón blanco neutro. Le dijo que se saque la barba
candado, ese vestigio de vigilante. Le dijo que, además de ser
viejo, pelado, gordo y feo, también era petiso y chueco. Le dijo
todo eso mordiéndose fuerte la lengua. Gritando con la mente y
echando humo por las orejas pero sin sacarlo afuera. Se lo dijo,
escuchando y prestando atención a las nuevas indicaciones de su
jefe, para mañana volver y hacer lo mismo que todos los días...
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