de Mariano Martín

sábado, 15 de octubre de 2016

Discusiones de la melancolía y uno

Y es que siempre que vuelvo me pasa esto. La melancolía que se revuelca adentro mía, maniatada por unos meses, logra soltarse y florecer. Volver, como el tango, pero no con la frente marchita. Eso si que no. Pero es volver y recordar. Las avenidas, las calles, los olores, el ritmo, los amigos, la música, la facu y todo aquello que rodó por los rincones. Es lindo irse y volver. La distancia y el tiempo nos permiten tener otra visión. Aunque muchas veces desconfío de ella porque creo que la realidad se desdibuja y el idealismo pesa como una plomada arrojada al río con una tanza atada. Encima lo escucho a este chabón. Me encanta su música. Moviliza muchas cosas dentro mío. Aveces me cuesta entender esa empatía que parece generarse. Será que los dos somos del interior pero supimos vivir, disfrutar y sufrir Buenos Aires.
Es inevitable hacer un breve recorrido mental del tiempo que estuve allá. Como el que estuve más allá. Que cosa loca. Lo único que se me viene a la mente es otra vez ese deseo de que toda la gente que quiero viva en un mismo lugar. No se si todos exactamente en el mismo mismo lugar, pero a distancias no mayores a los 50 km a la redonda. Cosa de poder tomar distancia, extrañar un poquito e ir a buscarnos con todo el envión en media hora de viaje. Aunque ahora que lo pienso bien, si pido ese deseo al genio de la lámpara me estaría perdiendo de las avenidas, las calles, los bulevares, las plazas, los parques, los teatros, los cines, los estadios, las canchas, los boliches, los bares, los salones, las escuelas, las facultades. Los bares, que lugares magníficos. Cuando uno encuentra ese bar con el que se identifica, que es capaz de ir a sentarse solo y acodarse en la barra, con un vermout, cerveza, vino, whisky, fernet o el aperitivo de turno en mano, tan solo para escuchar música y mirar la gente alrededor. Entonces, volviendo a lo del deseo. A la vaquita de San Antonio le pediría que, por favor toda la gente que quiero viva en el mismo lugar que yo y a su vez que las mejores cosas (para mi) de las ciudades en las que he vivido estén también en ese lugar, antes de emprender su vuelo hacia otra mano o flor. Es decir, se debería fundar una ciudad nueva en la cual cada uno de mis seres queridos tenga una vivienda acorde a sus necesidades y además que los lugares públicos de la ciudad sean aquellos con los que me he encariñado a lo largo de mi vida. Si bien esta propuesta de deseo es jugosa y tentadora hay algo que se va a perder acá. Pero tranquilos amigos, tengo la solución a esto que la comentaré a la brevedad. Primero quiero decir las cosas que se perderían. Bien, se perdería la esencia de cada lugar, el vibrar propio, la vida de lo inanimado, la historia de las ciudades, la cultura propia y el modo de moverse en ellas. Que sería tener el obelisco en el medio de un lugar que tiene a su vez a la laguna Don Tomás y las sierras de Córdoba. O que sería tener las hermosas peñas Cordobesas en el salón del Colegio Normal emplazado en el Parque Centenario porteño. O la cancha del tricolor de Villa Alonso en Plaza España cerca del Palacio Ferreyra, Dionisi y Caraffa con dirección calle Corrientes al mil y pico. Tremendo despiole como quien dice, aunque tentadora oferta. Pero bien, ya dije que de esta manera se pierde lo propio de cada Ciudad. Se perdería la esencia de las callecitas de Buenos Aires, el cantito cordobés que ya se oye en la calle y la tranquilidad pampeana. Ni que hablar de la historia propia de cada una. Hete aquí la solución. En mi próximo cumpleaños, antes de soplar las velitas, voy a pedir que se aceleren los trámites con el tema del desarrollo revolucionario de la teletransportación.
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