Ya desde hace un tiempo me he
dado cuenta de lo revejido que estoy. Es como si un alma anciana se apoderase de
un jovencito de 27 años. Como un Benjamin Button pero distinto, en el cual el
joven es viejo pero no rejuvenece con el paso del tiempo. Esta vejez llegó para
quedarse. Ya usar la palabra revejido, vocablo heredado de mi abuela, es de
revejido. Reniego del alcohol y las comidas que me producen malestar. De los
chascarrillos de jóvenes adolescentes. Me canso de las salidas de noche y ya no
encuentro la gracia de bailar y no poder hablar con el de al lado. Pero hay
algo que delata aún más mi prematura vejez. Me encantan los domingos soleados
por la mañana. Escuchar que pasa por la calle el huevero, o el verdulero de
barrio o aquel que compra cosas viejas en una camioneta con un altoparlante que
siempre emite la misma voz. Hermoso levantarse esos domingos con un gran aliado
tecnológico que resiste los embates del tiempo: la radio. Levantarse, poner la
radio y la pava en simultáneo. Preparar el mate, comerme unas tostadas y barrer
escuchando los cuentos de Caciari o los relatos de Alejandro Apo. Es como que
me traslado a un universo paralelo en el cual me adentro en las historias con
no menos de 60 años. Cortar la cebolla, el ajo y el pimiento para el tuco de la
infaltable pasta del domingo. Sentirse empático con la adorable anciana de la
cuadra que se despierta 6 am para baldear y barrer la vereda con el último
esbozo de energía de su cuerpo. Ni te digo la empatía con el viejo alunado de
la esquina, que se sienta en la vereda a ver quién pasa pero si indigna con las
motos de escape libre. Esos son los domingos a la mañana, el consuelo de ese
día raro de la semana, más cuando uno se amanece solo.
abriendo el paraguas
de Mariano Martín
domingo, 10 de febrero de 2019
domingo, 20 de agosto de 2017
Formas
Cuando
me acosté en la arena para mirar el cielo me di cuenta que algo no estaba bien.
Había perdido completamente la capacidad de relacionar las formas de las nubes
con animales, objetos, caras o incluso seres irreales sacados de diversas mitologías
o simplemente creados por mi imaginación. Como cuando uno mira esos pisos de
empedrados irregulares, mármol o incluso algunos tipos de madera, en los cuales
los contrastes y texturas parecen dar el puntapié inicial para que la
imaginación vuele y encuentre formas donde no las hay. Creo que todos hemos
encontrado perros atrapados en la segunda dimensión cuando miramos con detalle
estos tipos de contrastes. Aunque simil, lo de las nubes es diferente. La
textura esponjosa, algodonosa y blanca nos permite ver objetos tridimensionales
sin ninguna dificultad. ¿Es eso de que he perdido la capacidad o simplemente
las nubes de hoy en día no son como las de antes? ¿Es este otro atropello del
sistema que despoja al hombre incluso de la capacidad de entretenerse
encontrando formas en las simples cosas de la naturaleza? Ninguna de ambas, es
solamente que en ese pequeño instante en que quise congelar la mirada para
encontrar una forma, el viento me jugó una mala pasada y desarmo cualquier
posible tiranosaurio rex de vapor de agua. Ahora es distinto. Encuentro la
figura de un perro con la cola como un bastón y dispuesto a jugar. Pero solo es
eso, nada más. Nada más comparado con la infinitud del cielo. Sentirse la nada
misma cuando uno cae en cuenta de la inmensidad por la que está rodeado. Un
sinfín de kilómetros separándome a mí de quién sabe qué, de quién sabe dónde,
de quién sabe cuándo, de quién sabe cómo. Tal vez de un yo mismo de otros
tiempos, o tal vez de un yo mismo de ahora mismo, como recorriendo un circulo
infinito de kilómetros por medio del espacio a una velocidad infinita para dar
de vuelta con uno mismo. Arduo trabajo para autoencontrarse. Viajar con una
mirada sería como una extrospección introspectiva o algo así. Lanzarse al
universo para chocarse con uno mismo. De frente y sin tapujos luego de recorrer
infinitos kilómetros, allí mismo donde las paralelas se cruzan.
sábado, 8 de abril de 2017
Pseudo Fibonacci
Me
encontré hoy con una escalera espiralada. Al verla desde arriba me
trajo a la mente la serie de Fibonacci. En verdad la escalera de hoy
no se condice con la espiral dorada de Durero y por lo tanto no se
encuentra dictaminada por el número áureo. Es por esto que la
considero una Pseudo Fibonacci. Ajam, bien, ¿y que es lo que era
Fibonacci? Bueno, la suma consecutiva de números sucesivos
respetando siempre la adición del número actual a su inmediato
anterior constituyen la sucesión o serie de Fibonacci. La adición
consecutiva. La suma de lo actual más el inmediato anterior. ¿No
somos nosotros esto mismo entonces? La suma del yo del inmediato ayer
más el de hoy. La suma del del minuto que acaba de pasar con el del
minuto actual. Una adición constante del uno con el otro pero
consigo mismo. Un cambio constante, o mejor dicho, una adición
constante pero siempre de lo mismo. Un poco más de yo, arriba de ya
más migo mismo. Algo así como un pseudo crecimiento exponencial.
Aunque, más creo que no seamos correctas series de Fibonacci
andantes sino Pseudo Fibonaccis, como la escalera que me crucé hoy.
Al no tratarnos de números es difícil creernos como suma. El yo de
ayer podría estar restando al yo de hoy y al resve también, lo cuál
impediría que nos constituyamos bajo el curioso, preciado e
irracional número áureo. Aún así creo que el resultado final de
nosotros mismos sería un número positivo, es decir el balance de
sumas entre números reales positivos y negativos sería finalmente
mayor a cero, salvo en excepciones en las cuales el pesar negativo
siempre es mayor y por lo tanto terminaría venciendo ¿Qué sucedería en el caso de que sí nos constituyéramos bajo el número
áureo y la adición sea siempre positiva? ¿Nacería, en un número
determinado de la serie, el superhombre de Niezstche? ¿el hombre
nuevo del Marxismo? ¿Nirvana tal vez? ¿Se volvería a nacer
teniendo conocimientos de vidas pasadas? Mucho ruido y pocas nueces.
Mientras, sigamos viviendo nuestra vida de Pseudo Fibonaccis alegre y
apesadumbradamente, caminando por las calles con una sonrisa,
esperando la próxima cachetada que nos baje todos los dientes.
(Aquí les dejo la foto de la escalera que inspiro este escrito, aunque no lo crean la foto la saqué yo mismo)
jueves, 16 de febrero de 2017
Vidaloide
La cinta roja atada en mi mano. Recuerdo quien la ató y como. Pero lo que no recuerdo es aquel momento en que la cinta roja contra la envidia había sido atada con un solo giro mediante, disponiéndose así cual banda de Moebius. Esta topología es simplemente una banda con una sola cara y un solo borde, dado que se construye dando vuelta uno de los extremos y uniéndolos luego. Siempre me llamo la atención esta topología y mis ocurrencias de compararla con algo tan inmenso, desconocido y real como la vida. ¿Será que la vida misma es la banda de Moebius? Pero este simple pensamiento de una persona común y corriente como yo, ha sido ya abordado históricamente por grandes intelectuales. Lacan, aunque con otra impronta en su teoría de la topología en el psicoanálisis, utiliza la banda de Moebius para explicar algunas cosas. Yendo directo al grano y sin entrar en la teoría: los extremos no están de lados opuestos sino del mismo. Inconsciente y consciente son lo mismo. Se trasvasa del uno al otro por la misma cara y borde. Los opuestos que tanto nos balancean. Bien, ahora retomando mi visión... si la vida misma es la banda de Moebius ¿Hay manera de salir de ella? ¿O es que en realidad la vida es más fácil de analogarse a otra topología? ¿Un toroide? Ese anillo magnético. Girando entorno al toro. Esto también lo analizó Lacan. Es que este hombre ya ha tomado todas las topologías para realizar su teoría renovada del psicoanálisis, reestructurando al viejo Freud.
De la topología que no he encontrado registro a modo de metáfora es
del solenoide. Una estructura helicoidal capaz de generar un campo
magnético muy fuerte en su interior y muy débil en su exterior. ¿Y
que si la vida es un solenoide entonces? Describiendo su propia forma
espiralada/helicoidal y nosotros estando adentro de la misma con un
solo sentido vectorial de avance. De terminar la longitud del
solenoide, entraríamos en el campo externo, el cual da un giro sobre
si mismo y vuelve a entrar al dispositivo, osea la vida misma. Esto
puede tener dos interpretaciones. Una es que al terminarse el largo
del solenoide, la vida se acaba como tal, pero vuelve a retomarse en
otra vida, que en realidad es la misma. Punto a favor para los
re-encarnacionistas. Otra sería explicar esta teoría de modo
similar a la banda de Moebius, es decir que siempre se trata de la
misma cara o en este caso el mismo campo magnético. En el solenoide
el camino de nuestra vida se rige por el campo que se abre ante la
inminente corriente eléctrica, a diferencia de la banda de Moebius
en donde nuestra vida se vería encaminada por la superficie única
de la mencionada topología.
Me convence más esta segunda opción. Pero bien... ¿que sería esta
fuerza eléctrica que determina el campo magnético de nuestro
destino? ¿Son las acciones que uno toma día a día y traen una
consecuencia inmediata? ¿Es cada una de las acciones el movimiento
de los electrones sobre la hélice? ¿O es que la corriente eléctrica
es ajena a nosotros y es una fuerza impulsora natural que escapa a
nuestras capacidades y por lo tanto nuestro destino ya está
determinado desde el inicio de los tiempos?
Algo también que llama a la reflexión es la intensidad de los
campos magnéticos. En el exterior de la espiral es débil y en el
interior es fuerte. Véase aquí dos cosas. Cuando nos encontramos
dentro del mismo el avance sería intenso, impulsándonos hacia
adelante rápidamente, pero cuando estamos afuera el avance sería
lento, aunque también nos impulsaría. ¿No se condice esto también
con situaciones de la vida misma? Momentos en los cuales los días
son efímeros, se volatilizan, escapándose. Y por otra parte
momentos eternos en los cuales las agujas del reloj son de plomo.
Momentos rápidos ¿cuáles? La respuesta espontánea, los felices, por dentro del solenoide. Momentos lentos, los tristes. Los momentos
penosos, tormentosos, esos en los que el tiempo no transcurre se
encontrarían por fuera mismo del solenoide. Como dije más arriba
uno llega indefectiblemente a estos momentos de forma repetitiva, de
esta manera podrían vincularse nuevamente la figura de la banda de
Moebius con la del solenoide. En un caso impulsado por el campo y en
la otra por la superficie transportadora. Llevándonos de los
momentos felices a los tristes y viceversa.
Anteriormente me pregunté si se puede salir de la banda de Moebius.
La respuesta se encuentra en el corte de la misma, pero no quiero
profundizar en eso, porque todo corte se corresponde luego con una
re-enlazamiento de la misma banda, lo cual sería un reciclado de la
vida. En cambio en el solenoide, y teniendo en cuenta que el
movimiento de electrones que determina el campo eléctrico de la vida
podría estar dictado por nuestras acciones continuas, existiría la
posibilidad de cambiar la intensidad del campo con tan solo cambiar
nuestras acciones. Ahora bien ¿realizar qué tipo de acciones
aceleraría el campo haciendo que el tiempo transcurra más
rápidamente? ¿cuales lo contrario? ¿O es esto una metáfora de la
retro-alimentación positiva y negativa, en la cual cuantos más
buenos momentos, más rápido se nos pasa el tiempo, y cuantos más
momentos malos, más lento se nos hace? Esta teoría deja cabos
sueltos y preguntas abiertas. Por ejemplo, el hecho de vivir muchos
momentos buenos, aumentaría la intensidad del campo magnético, la
velocidad relativa a la cual transcurre el tiempo y por lo tanto la
llegada al final del dispositivo, sumiéndonos rápidamente en una
etapa sombría. Aquí, la retro-alimentación negativa generaría una
disminución de la intensidad del campo, con la consecuente
disminución de la velocidad relativa del tiempo y por lo tanto la
salida de este momento negativo ¿es esto así? Tal vez la respuesta
esté justamente en la concepción relativa del tiempo. Tomando de
esta manera tópicos de la teoría de la relatividad de Einstein.
¿Y que hay respecto de la longitud del solenoide? ¿es constante o
se puede ver alterada en distintos momentos, alargando o acortando
trayectorias y colaborando a la percepción relativa del tiempo?
Bien, según la física y el dispositivo tradicional, la longitud del
mismo es constante. Pero permito analizar este aspecto desde la
metáfora de la vida misma, aunque ponerlo en juego complicaría
mucho el análisis del modelo teniendo en cuenta la capacidad de
modificar la intensidad del campo magnético. Es decir, de
modificarse la longitud y el campo, habría dos variables que
estarían encargadas de la relatividad del tiempo. La modificación
del campo podría darse por las acciones cotidianas que uno toma,
pero el largo del solenoide desconozco completamente como podría
modificarse. Por lo cual quedaría un cabo suelto. Aunque no habría
que despreciarlo, de hecho estamos muy lejos de comprender la vida
misma y el sentido que ella esconde.
martes, 31 de enero de 2017
Oficina
Ataque
de nervios. Eso tuvo Simón al insultar a su jefe. Le dijo todo. Todo
eso que tenía acumulado hace días, semanas, meses, años... Le dijo
que estaba cansado de ese trabajo patético, rutinario y aburrido. Le
dijo que lo tenían cansado sus compañeros, todos idiotas
sobrevalorados por tener un título universitario. Le dijo que le
molestaba su silla, que era incómoda y le hacía doler la espalda.
Le dijo que estar sentado 8 horas frente al monitor de la compu le
hacia bolsa los ojos, aunque tuviera ese protector de rayos de los
90. Le dijo que no le gustaban el color de las paredes, que parecía
que las había pintado un daltónico. Le dijo que la ventana que
tenía más cerca daba a un patio ciego y no corría aire. Le dijo
que en ese patio ciego estaba lleno de palomas y por ende todos los
bordes de las ventanas tenían esa caca ácida de pájaro. Le dijo
que la que limpiaba le desordenaba su escritorio. Le dijo que
limpiaba mal, que hasta él manco podía limpiar mejor las cosas. Le
dijo que estaba cansado de comprarse lapiceras nuevas porque sus
compañeros le robaban la suya. Le dijo que la semana pasada le
habían robado una lapicera roja con brillitos que estaba re buena y
le había salido un montón. Le dijo que le rompía soberanamente los
esquemas la música que pasaban en la radio que eligía Sofía todas
las santas mañanas. Le dijo que a él le gustaba más la música
clásica y no tanto el cachengue, y mucho menos los temas de moda que
pasan en la radio. Le dijo que cuando era chico tocaba el piano y que
de ahí venía su gusto por la música clásica. Le dijo que odiaba
las discusiones de fútbol. Le dijo que no era ni de River, ni de
Boca, ni de Racing, ni de nadie ni de ningún equipo. Le dijo que
parecían simios hablando, cargándose y riéndose por el fútbol. Le
dijo que a el en realidad le gustaba el tenis porque de vez en cuando
iba a raquetear con amigos. Le dijo que no quería levantarse nunca
más a las 6 de la mañana y tomarse el maldito 34 para llegar a la
oficina. Le dijo que a las 6 era muy temprano, sobretodo en invierno
que recién amanece a las 8. Le dijo que desayunar a oscuras no le
gustaba, que el desayunaba a la luz del sol con su café calentito.
Le dijo que prefería el café con leche pero aveces se olvidaba de
comprar leche. Le dijo que estaba podrido de llegar a las 7 de la
tarde a su casa luego de una hora de viaje de vuelta en el maldito
34. Le dijo que para las 7 de la tarde ya estaba cansado y sin ganas
de hacer nada. Le dijo que para hacer alguna otra actividad en el día él tendría que llegar 5 o 6 de la tarde así tenía media hora para
merendar, media hora para hacer la digestión y luego ver de hacer
alguna actividad. Le dijo que aveces no sabía si empezar algún
deporte o alguna otra actividad. Le dijo que para las 7 de la tarde
tenía que empezar a cocinar para comer a las 9, mirar una serie y
acostarse a las 11 para dormir 7 pobres horas y volver a la rutina el
día siguiente. Le dijo que no quería ir más al baño del edificio
porque para hacer lo segundo le daba asco y hacía un reborde de
papel sobre la tabla del inodoro para que sus piernecitas no tuvieran
contacto con los letales gérmenes del inodoro. Le dijo que encima
aveces no había papel higiénico ni jabón para lavarse las manos.
Le dijo que el en realidad no se lavaba las manos cuando hacía pis
pero si si hacía caca. Le dijo que aveces se lavaba las manos antes
de hacer pis. Le dijo que era un viejo pelado, gordo y feo. Le dijo que solía haber olor fétido todas las
mañanas, que no sabía si provenía de sus muelas podridas o
directamente de su cuerpo. Que era obvio que su nueva mujer lo quería solo por el dinero y
que la había visto con otro tipo. Le dijo que se lavara los dientes
y la pelada con jabón blanco neutro. Le dijo que se saque la barba
candado, ese vestigio de vigilante. Le dijo que, además de ser
viejo, pelado, gordo y feo, también era petiso y chueco. Le dijo
todo eso mordiéndose fuerte la lengua. Gritando con la mente y
echando humo por las orejas pero sin sacarlo afuera. Se lo dijo,
escuchando y prestando atención a las nuevas indicaciones de su
jefe, para mañana volver y hacer lo mismo que todos los días...
sábado, 15 de octubre de 2016
Discusiones de la melancolía y uno
Y es
que siempre que vuelvo me pasa esto. La melancolía que se revuelca
adentro mía, maniatada por unos meses, logra soltarse y florecer.
Volver, como el tango, pero no con la frente marchita. Eso si que no.
Pero es volver y recordar. Las avenidas, las calles, los olores, el
ritmo, los amigos, la música, la facu y todo aquello que rodó por
los rincones. Es lindo irse y volver. La distancia y el tiempo nos
permiten tener otra visión. Aunque muchas veces desconfío de ella
porque creo que la realidad se desdibuja y el idealismo pesa como una
plomada arrojada al río con una tanza atada. Encima lo escucho a
este chabón. Me encanta su música. Moviliza muchas cosas dentro
mío. Aveces me cuesta entender esa empatía que parece generarse.
Será que los dos somos del interior pero supimos vivir, disfrutar y
sufrir Buenos Aires.
Es
inevitable hacer un breve recorrido mental del tiempo que estuve
allá. Como el que estuve más allá. Que cosa loca. Lo único que se
me viene a la mente es otra vez ese deseo de que toda la gente que
quiero viva en un mismo lugar. No se si todos exactamente en el mismo
mismo lugar, pero a distancias no mayores a los 50 km a la redonda.
Cosa de poder tomar distancia, extrañar un poquito e ir a buscarnos
con todo el envión en media hora de viaje. Aunque ahora que lo
pienso bien, si pido ese deseo al genio de la lámpara me estaría
perdiendo de las avenidas, las calles, los bulevares, las plazas, los
parques, los teatros, los cines, los estadios, las canchas, los
boliches, los bares, los salones, las escuelas, las facultades. Los
bares, que lugares magníficos. Cuando uno encuentra ese bar con el
que se identifica, que es capaz de ir a sentarse solo y acodarse en
la barra, con un vermout, cerveza, vino, whisky, fernet o el
aperitivo de turno en mano, tan solo para escuchar música y mirar la
gente alrededor. Entonces, volviendo a lo del deseo. A la vaquita de
San Antonio le pediría que, por favor toda la gente que quiero viva
en el mismo lugar que yo y a su vez que las mejores cosas (para mi)
de las ciudades en las que he vivido estén también en ese lugar, antes de emprender su vuelo hacia otra mano o flor. Es decir, se
debería fundar una ciudad nueva en la cual cada uno de mis seres
queridos tenga una vivienda acorde a sus necesidades y además que
los lugares públicos de la ciudad sean aquellos con los que me he
encariñado a lo largo de mi vida. Si bien esta propuesta de deseo es
jugosa y tentadora hay algo que se va a perder acá. Pero tranquilos
amigos, tengo la solución a esto que la comentaré a la brevedad.
Primero quiero decir las cosas que se perderían. Bien, se perdería la esencia de cada lugar, el vibrar propio,
la vida de lo inanimado, la historia de las ciudades, la cultura
propia y el modo de moverse en ellas. Que sería tener el obelisco en
el medio de un lugar que tiene a su vez a la laguna Don Tomás y las
sierras de Córdoba. O que sería tener las hermosas peñas
Cordobesas en el salón del Colegio Normal emplazado en el Parque
Centenario porteño. O la cancha del tricolor de Villa Alonso en
Plaza España cerca del Palacio Ferreyra, Dionisi y Caraffa con
dirección calle Corrientes al mil y pico. Tremendo despiole como
quien dice, aunque tentadora oferta. Pero bien, ya dije que de esta
manera se pierde lo propio de cada Ciudad. Se perdería la esencia de
las callecitas de Buenos Aires, el cantito cordobés que ya se oye en
la calle y la tranquilidad pampeana. Ni que hablar de la historia
propia de cada una. Hete aquí la solución. En mi próximo
cumpleaños, antes de soplar las velitas, voy
a pedir que se aceleren los trámites con el tema del desarrollo
revolucionario de la teletransportación.
domingo, 14 de agosto de 2016
Foto del Uritorco
Esta
foto la tomé cuando hace unos meses ascendimos al misterioso cerro
Uritorco en la localidad de Capilla del Monte en Córdoba, Argentina.
La persona de la foto es un total desconocido para mi. No se su
nombre, su sexo, su edad, su estado civil, su domicilio, su religión,
su identidad política, su profesión, su hobbie. Desconozco si tiene
familia, casa, perro, gato, auto, trabajo. Tampoco se si está
persona es feliz, con una sonrisa dibujada de oreja a oreja, en la
plenitud de su vida o si está verdaderamente triste, peleando con
demonios internos. Quiero que sepan que si bien la curiosidad me
lleva a querer averiguar muchas de estas cosas, en realidad no siento
necesidad de saber tanto de esta persona. No me interesa saber su
nombre, su sexo, su edad, su estado civil, su domicilio, su religión,
su identidad política, su profesión, su hobbie. Tampoco quiero
saber si tiene familia, casa, perro, gato, auto, trabajo. Tal vez si
me gustaría saber si esta persona está feliz o triste. Siempre
siento necesidad de abrazar a esa gente desconocida que llora en la
calle. De preguntarle: ¿Qué pasó? Y escuchar unos segundos para
rematar en un abrazo, que acerca a dos personas que no se conocen
para nada pero se prestan unos minutos. De todos modos no creo que
vaya a saber si esta persona es feliz o triste en su vida. Son
instantes efímeros. ¿Quien puede decir que fue feliz toda su vida?
Pero digo toda en el concepto total de absoluto, me refiero a cada
instante vivido. Lo mismo pero con la tristeza. Siempre es un
balance. Esperemos que a última hora el balance siempre sea
positivo, no? Bueno, voy a darle un nombre a esta persona. Más que
nada para dejar de llamar a esta persona como “la persona”, dado
que el derecho a la identidad lo tenemos todo y llamar a una persona
como “la persona” claramente está atentando contra esto.
Llamemosle “Andrea”. Andrea, si. ¿Por qué Andrea? Muy sencillo,
como desconozco el sexo de esta persona prefiero poner un nombre
unisex. Aquí es cuando muchos atolondrados se precipitarán a
destacar que “Andrea” es un nombre de mujer, pero no muchachos,
“Andrea” es un nombre también de hombre, de hecho muy común en
Italia, Andrea Boccelli, Andrea Pirlo y demases. Bien, ya sentada
esta pequeña aclaración quiero dedicarme a pensar que pensaría
Andrea en esta foto. También lo desconozco, pero quiero aventurarme
a adivinarlo. Andrea entre las nubes. Primero pensaría en el viento
que soplaba allá arriba. Pucha che que soplaba lindo ahí, estaba
medio fresquito pero había sol. Pensamiento básico que la mayoría,
no digo todos, deben tener cuando llegan a algún pico. “Qué lindo
día!”, también pudo haber sido. Pero dejame entrar en algo más
profundo. En ese momento Andrea pensó en la vida. Si es muy general,
lo sé. Pero pensó en la vida, haciendo un recorrido general en este
fenómeno grandioso, desde el origen biológico de la misma en el
caldo primitivo hasta el momento en que llegó hasta la cima del
cerro y miró hacia el valle. Recorrió mentalmente todo lo que lleva
aprendido. Cada paso dado. Cada risa a carcajadas y cada lagrima
llorada. Cómo una nube se mueve tan rápido aunque parezca lenta.
Cómo el cielo es tan azul y profundo. Cómo se sentiría saltar al
vacío y desplegar alas. Cómo hacían los aborígenes nativos para
no lastimarse las patas en tamaños lugares llenos de espinas y rocas
filosas. Cómo los pájaros vuelan. Cómo empezó el mito místico y
alienígena del Uritorco. Cómo es que se olvidó de traer comida.
Cómo es que las nubes son vapor de agua. Cómo es que el sol brilla
tan fuerte. Cómo es que se ve tan chico el pueblo desde acá. Cómo
es que te fuiste abuelita. Cómo es que terminé acá arriba. Cómo
es que sigue la vida. Freno. Cómo es que sigue la vida. Por lo
pronto bajando de acá. Aunque si me quedo... Me siento acá otro rato
a contemplar no más. Mirar por mirar, pensar, filosofar. No es eso
lo que nos diferencia de los animales. Bueno aprovechemoslo.
Sentarme. Lejos de los ruidos ciudadanos. En la tranquilidad. Y
seguir pensando. Pensando en que llegué muy lejos. Pero, ¿es eso lo
que vale?¿la pregunta no sería si soy feliz? Claro que sí, esa es
la pregunta. Dejámelo pensar. No es fácil de responder. Como te
digo, nada es absoluto. Que chicos que somos en el universo. Citando:
“no somos nada”. Es que en realidad somos polvo. “del polvo
venimos y al polvo vamos” citando. La vida como una continuidad de
citas. ¿Todas las frases que uno pueda decir ya habrán sido dichas
por otra persona en otro tiempo y espacio? Aquí la respuesta se
resuelve sencilla: no. La combinatoria es infinita por lo cual
siempre escaparía a lo repetitivo. Ahora bien, si uno se encontrase
limitado a un repertorio de palabras utilizables en una cantidad
establecida, la respuesta sería que sí, que toda frase ha sido
dicha con anterioridad, lo cual indicaría que nos pasaríamos de
plagio en plagio. Curioso ¿no? ¿Si preguntamos lo mismo con la
música? ¿Están ya todas las melodías inventadas? Pues claro que
no, pero si que acá los casos de plagio son más evidentes. Bueno
aveces no se si son plagios, pero es raro que haya canciones que
coincidan perfectamente en su progresión de acordes. Uff, me fuí.
Acá en el cerro Uritorco, ahora. Me colgué como quien mira el fuego
en la playa. Hace mucho que no voy a la playa. Echarme panza arriba
en la arena y nada. Después un baño entre las olas y vuelta a lo
mismo. Esperar que el tiempo pase. “Esa hermosa sensación de que
el tiempo se echó a perder” citando. Mejor si es de noche. Panza
arriba escuchando el ruido del mar y mirando las estrellas. La
profundidad del cielo nocturno. Acá de noche también se deben ver
muchas estrellas y capaz OVNIs como la gente dice. Que se yo. Nunca
me detuve a pensar mucho en eso. Seguro que hay más seres vivos que
nosotros en el unvierso. Lo que si es seguro es que deben ser
bastante distintos a nosotros. Mirá que humanos hay de todo tipo y
color. Todo tipo y color. Posta que si. Qué diversa la raza humana.
Es muy loco pensarlo. Qué distintos que somos a lo largo de la
esfera. Qué diferentes culturas. Una locura hermosa. Hermosa. Y si,
me acuerdo de vos. Pero justamente vine acá para despejarme. Sigamos
pensando en esos dilemas existenciales del ser humano moderno. Bueno
no se si tanto. Sino simples preguntas que me hago. Debería existir
la facultad o el don de poder hablar con objetos inanimados. Si, eso.
Hablar con cualquier cosa inanimada. De esa manera, por ejemplo, esta
roca gigante sobre la cual estoy parado podría contarme como es que
surgió esta zona serrana y que misterios oculta. Ahí se terminaría
la incertidumbre. Pero…¿estaría bueno eso? ¿saber absolutamente
todo? ¿la verdad de la milanga como quien dice? Lo dudo. Aunque si
reflexionamos, la verdad verdadera es relativa. Asi que tampoco
podríamos saber la verdad absoluta. Ahí está, otra vez. El
concepto de absoluto. No hay nada absoluto. Bueno algunas cosas sí,
según la ciencia el cero absoluto de temperatura es a 273°C bajo
cero, es decir a 0 K (grados Kelvin). Ahí se supone que la energía
cinética sería nula y no habría movimiento de partículas. ¿Habrá
existido tal cosa en algún momento? Porque creo que ni siquiera
antes del big bang puede haber estado todo tan quieto. Qué locura el
big bang por favor.
Bueno
en fin, si alguien reconoce a Andrea en la figura, que por favor le
avise que le tomé una foto. Que no se enoje por el nombre que le
puse, espero que le haya gustado. Y diganle gracias por dejarme
enmarcarla/o en tan lindo paisaje.
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